La Sauceda (Cádiz) era el diamante en bruto de la Segunda República. Todo se esfumó la mañana del 31 de octubre de 1936. Los sublevados llevaron a cabo el primer ataque aéreo registrado en España. El pueblo quedó completamente destruido y sus habitantes fueron recluidos en El Marrufo. Este cortijo se convirtió durante meses en un campo de torturas y exterminio. Hoy solo quedan los restos de aquella masacre.
Por Emilio Valenzuela Guerrero.7 de junio de 2020
Fotografía: Emilio Valenzuela
“Mi padre fue bajando a todos mis hermanos uno por uno con una cuerda. Mi madre ya había bajado antes. La cueva era bastante grande y no había otra manera de poder acceder. Estuvimos casi un mes allí dentro. Cuando la comida ya escaseaba, a mi padre no le quedó más remedio que salir en busca de alimentos. Esperó a que el conflicto apaciguara. Ya no se escuchaban tiros ni bombas. Todavía recuerdo el momento en el que mi padre salió de la cueva. Ya no volvimos a verlo nunca más”. Domingo Rodríguez, junto a sus cuatro hermanos y su madre, estuvieron escondidos en una cueva refugiándose del ataque que las tropas sublevadas estaban llevando a cabo en La Sauceda.
La escena que relata se produjo en el Valle de La Sauceda en el año 1936, al inicio de la Guerra Civil. La Sauceda se ha convertido en una de las rutas de senderismo más visitadas de Andalucía, pero muy pocos conocen su trágico pasado. El cielo azul por el que hoy vuelan las aves en total libertad, se tiñó de gris metálico la mañana del 31 de octubre de 1936. Ese día, cuatro aviones Breguet del ejército franquista bombardearon todo. Los caminos de piedra y hierba por los que hoy pasean miles de amantes de la naturaleza, fueron testigo la mañana del 1 de noviembre de 1936, de la entrada de cuatro columnas militares que destrozaron y asesinaron a los habitantes de La Sauceda. Las cuevas que hoy se llenan de buitres y de turistas sorprendidos por su belleza, sirvieron de refugio para muchas familias que huían del ataque fascista. Se trata de una belleza natural que oculta la catástrofe más absoluta.
El 26 de abril de 1937, Guernica fue bombardeada por la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana. En parte, gracias a Picasso, todo el mundo conoce la trágica historia de Guernica. El bombardeo se ha convertido en un símbolo de los horrores de la guerra para todo el mundo. Y no es por quitarle importancia. Faltaría más. Pero es que aquí, en la provincia de Cádiz, tenemos nuestro particular Guernica. Y eso es algo que hay que reivindicar. Ocurrió antes, el 31 de noviembre de 1936. Además, Guernica pudo reconstruirse y es hoy una gran ciudad; La Sauceda, desde el día bombardeo, dejó de existir para siempre. Ahora, cuando cientos de personas pasan cada día por sus caminos, lo hacen sin saber que ahí vivió un pueblo que fue masacrado hasta su extinción por el franquismo. Lo hacen sin saber que ahí hubo otro Guernica.
La Sauceda: así era y así se organizaba
Alcornoques y quejigos centenarios se abrazan por encima de las chozas. Piedras gigantescas abrigadas por un aterciopelado musgo que las tiñe de verde. Una manta gigante de helechos que parecen iluminarse cuando brilla el sol. Todo rodeado de una fauna única. Siempre con el rumor del agua de fondo, que sirve como banda sonora para crear una postal de ensueño. Así era La Sauceda. Un lugar mágico en todos los sentidos.
Estaba inmersa en lo que hoy se conoce como el Parque Natural de los Alcornocales. Aunque perteneciera a Cortes de la Frontera (Málaga), algunas zonas eran de territorio gaditano. No cumplía con el prototipo de pueblo andaluz que todos tenemos en la cabeza. Era más bien un diseminado poblacional parecido a las aldeas gallegas. Toda la zona del Valle de La Sauceda estaba dividida en doce núcleos habitados, entre los cuales, uno de ellos, se llamaba La Sauceda.
A pesar de ser un pueblo perteneciente a Cortes de la Frontera, tenían su propia forma de organización. Eran totalmente autosuficientes. Esta autarquía está estrechamente ligada a la idea y al modo de vida que se quería conseguir en la España republicana. La Sauceda era una perfecta organización comunal.
Se podría decir que La Sauceda era el diamante en bruto, la cúspide de lo que quería llegar a ser la Segunda República española en cuanto a organización y convivencia. Fernando Sígler, un historiador que ha dedicado gran parte de su carrera a investigar sobre los hechos ocurridos en La Sauceda, nos habla sobre cómo se organizaban políticamente. “La organización estaba fundamentada en el establecimiento de los llamados Comités de Defensa Republicanos, repartidos por distintos puntos del territorio”. Estos grupos eran los encargados de organizar la vida laboral de los que allí vivían y, a través de un economato, también repartían la alimentación para los vecinos.
Objetivo golpista
El golpe de Estado estalla el 17 de julio de 1936 en Melilla. Pero para conseguir la entrada en la península de las tropas de Marruecos, Cádiz y, más concretamente, la zona del Campo de Gibraltar, pasarían a ser un objetivo prioritario para los fascistas. A través de ahí podrían pasar a Málaga, todavía en manos republicanas y con un fuerte bloque de resistencia.
Se dice que en Cádiz no hubo guerra. Aquí no hubo dos bandos. Esto es así porque las tropas franquistas no encontraron prácticamente oposición a la hora de ocupar los pueblos de la sierra gaditana. Los sublevados campaban a sus anchas ante campesinos y ganaderos que lo máximo que tenían para su defensa era una escopeta.
El 28 de septiembre, más de dos meses después de la insurrección militar, caería el último pueblo de la provincia de Cádiz, Jimena de la Frontera. Los fascistas iban cerrando el cerco cada vez más hasta llegar al último foco de resistencia republicana de la provincia: La Sauceda. Este pueblo estaba dispuesto a luchar hasta las ultimas consecuencias por la defensa de la democracia.
La voz iba corriendo al mismo tiempo que las tropas iban tomando cada pueblo. Tras el runrún que avisaba de la cercanía franquista, procedía una estampida de personas que huía cada vez más al interior. El único sitio que permanecía con la llama republicana encendida era La Sauceda. Esta abrió sus puertas y recibió a refugiados de todos los pueblos de alrededor. La población aumentó de manera considerable y organizaron un Comité de Defensa Republicano. Los sublevados, que hasta ese momento no habían encontrado ningún tipo de oposición, no iban a tenerlo tan fácil con La Sauceda. El ejercito franquista era consciente de que ahí se había formado un importante núcleo defensivo muy difícil de batir. Esta situación provocó que los golpistas llevaran a cabo un plan especifico y novedoso para la toma de La Sauceda.
El primer ataque aéreo de España
El día elegido para ejecutar el plan de ataque fue el 31 de octubre de 1936. La Sauceda fue bombardeada por completo. Sería el primer ataque aéreo hacia población civil registrado en España. Se han llegado a publicar noticias y reportajes en los que se afirmaba que la Legión Cóndor fue la encargada de llevar a cabo el bombardeo. Estaban equivocados. La aviación nazi, que sí actuó en otros puntos de España, no tuvo nada que ver con el ataque a La Sauceda. El historiador Fernando Sígler, ha investigado sobre el caso y ha podido recopilar la orden dictada desde Sevilla que certifica que la autoridad de los hechos corrió a cargo de los sublevados. Tanto el ataque aéreo como la posterior invasión por tierra.
La nota también señala que en La Sauceda “habría un núcleo de huidos enemigos”. Esto evidencia la migración en masa hacía este lugar por parte de los pueblos que ya habían sido invadidos. Según los datos de esta orden militar, había un total de 800 hombres. Especifican también el tipo de defensa del que disponían: “la mayoría de ellos armados de escopetas y unos 100 con fusiles”. Estaban dispuestos a plantarles cara al fascismo, pero la diferencia armamentística entre ambos grupos era abismal. Tenían poco que hacer.
“Me acuerdo del día del bombardeo igual que del desayuno de esta mañana”. Con estas palabras José Lobato, ya fallecido, explicaba para el Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar, cómo vivió aquel trágico momento. “Empezaron tres aviones a dar vueltas muy bajitas por encima de La Sauceda. Cuando ya tenían la zona controlada, empezaron a soltar bombas”. José tenía 89 años cuando contó su historia. El día del bombardeo era un niño de tan solo 12 años. El sonido de las bombas le seguía retumbando los oídos siete décadas después. “Recuerdo que estábamos todos tumbados en mi casa. Tirados en el suelo asustados. Mi padre no paraba de asomarse y las bombas no dejaban de caer. Yo me quedaba fijamente mirando el techo. Creía que se nos iba a caer encima”.
La entrada de las columnas militares
El bombardeo dejó un panorama desolador. Pero el drama acababa de empezar. Al día siguiente, cuatro columnas militares entraron para acabar con lo poco que quedaba. Fernando Sígler especifica cómo estaban compuestos estos grupos. “Serían cuatro columnas de entre 75 y 150 miembros cada una. Con unas ocho agrupaciones de voluntarios falangistas, requetés, guardias civiles, carabineros, de entre 80 y 125 militares. En números redondos podríamos estar hablando de entre 2.000 y 3.000 personas”.
Para asegurarse la total destrucción de La Sauceda, las columnas fueron quemando una por una las chozas que habían podido resistir a las bombas que cayeron el día anterior. Pero antes de esto, entraban los regulares (tropas marroquíes), para saquear todas las viviendas. Este era el beneficio que obtenían por apoyar el golpe. Podían llevarse todo aquello que quisieran de los pueblos que iban tomando.
“Ya se habían llevado a mi padre. Mi madre salió huyendo conmigo y con mis dos hermanos. Cuando las tropas acabaron su trabajo, mi madre volvió a La Sauceda para recoger las cosas que había en dejado en casa, pero nos quitaron todo. Teníamos vacas, teníamos pavos, teníamos cochinos… ¡hasta dos cochinos matados nos quitaron! Nos dejaron sin nada”. La memoria de Pepa sigue intacta 84 años después de la masacre. La que fuera hija del presidente del Comité de Defensa Republicano de La Sauceda, perdió a su padre cuando solo tenía cuatro años. Su madre se quedó sola con tres hijos pequeños.
Destrucción, exterminio y saqueos
En apenas 48 horas, la represión franquista truncó los sueños de cientos de familias que vieron de cerca la mejora de sus condiciones de vida con la llegada de la república. El enseñamiento de las tropas sublevadas con La Sauceda fue atroz. Los rebeldes tenían temían que pudiera cundir su ejemplo de resistencia en los demás pueblos. Además, “los sublevados no podían permitirse tener una bolsa de resistencia en su propia retaguardia. Su objetivo era llegar a Málaga y no podían dejar que en su camino hubiera un núcleo de resistencia tan potente. Tenían que destruirlo como fuera”, señala Fernando Sígler.
La madre de Pepa, nuestra anterior protagonista, vivió una situación que refleja a la perfección la soledad e indefensión que sufrieron las familias tras el ataque y el posterior saqueo. Su marido había sido asesinado y les habían robado todo aquello que tenían. Se quedó sola con 24 años y tres niños pequeños a su cargo. No tuvo más remedio que realizar labores que hasta entonces nunca había experimentado. Decidió ponerse a vender por los pueblos. “Mi madre iba vendiendo como hacía todos los días. En un pueblo cercano, dio la casualidad de que se encontró a una amiga de la infancia. Esta le dijo que se iba a casar y la invitó a que entrara en su casa para así enseñarle las reformas y las compras que había hecho para empezar su nueva vida en pareja. Cuando entraron en la habitación mi madre se quedó de piedra. ¡Ay, esa es mi cama!”, narra Pepa con resignación.
La amiga de la madre de Pepa había comprado, sin saberlo, el cabecero y los pies de su cama. Lo hizo en El Marrufo, allí donde vendían todos los objetos robados de las casas de La Sauceda. Accedió a devolvérsela y, 80 años después, sigue usándose. Pepa conserva el cabecero y su hermana los pies. “Este es el único recuerdo que me queda de mi padre”, lamenta Pepa.
El Marrufo: un campo de exterminio
En la toma de La Sauceda, los que no fueron fusilados in situ, los trasladaron a El Marrufo. No se imaginaban entonces que allí estarían recluidos más de un año. Desde el primer día del acuartelamiento se puso en marcha la maquinaria franquista. Muchas mujeres eran violadas y a otras les rapaban el pelo. Los prisioneros pasaban horas y horas sin comer y les realizaban todo tipo de torturas. Dormían tirados y amontonados como perros y, por último, eran fusilados con el conocido como ‘tiro de gracia’.
La gente hablaba del “cerrillo de los muertos”. Este era el lugar donde fusilaban a los prisioneros de El Marrufo. Estaba situado detrás de los barracones donde dormían los hombres. Allí los colocaban en fila con las manos amarradas por alambres. Después, recibían un disparo en la cabeza y caían dentro de las fosas. “Las fosas las abrían las mismas personas que luego iban a ser fusiladas. Estaban cavando su propia tumba. Luego, amigos o conocidos de toda la vida eran los que iban a enterarlos”. Chavales que tenían que enterrar en fosas a sus propios amigos. Esta es la triste realidad de El Marrufo contada por uno de sus supervivientes, José Lobato.
Lobato afirmó que él tuvo suerte de poder contarlo porque, “allí se salvaron muy pocos”. Es muy difícil calcular el número de personas que perdieron la vida en El Marrufo. Los sublevados tenían la misión de hacer ‘una limpia’ y para ello, no podían perder tiempo en juzgar a la gente. El escritor jerezano ya fallecido, Gómez Palomeque, encontró un documento fundamental para conocer, grosso modo, cuántas personas pudieron ser fusiladas en El Marrufo. Era el libro de defunciones de la ermita de El Mimbral. Uno de los núcleos habitados del valle de La Sauceda. Fue elaborado por el presbítero de la ermita, Salvador Alberto.
Este eclesiástico, por iniciativa propia, quiso dejar constancia por escrito de los feligreses que faltaban a su parroquia después de los acontecimientos ocurrido en El Marrufo. “Gracias a que aparecía la fecha en la que fueron fusilados, se ha podido hacer la frecuencia media de los asesinatos que se llevaban a cabo en El Marrufo. Si hubo 18 fusilamientos en cinco días, la media era de casi cuatro fusilamientos diarios. Y estamos hablando solo de este núcleo reducido que aparecía en el documento del presbítero”, aclara Fernando Sígler.
Se concluye que, ante la falta de documentación y por la forma en la que los rebeldes realizaron los fusilamientos, es casi imposible saber con exactitud cuántas personas fueron asesinadas en el Valle de la Sauceda. Los historiadores afirman, casi con toda seguridad, que el número de fusilados es todavía mayor. Carlos Perales, historiador gaditano, cree que pudo haber más de 300 asesinatos. “Antes siempre se hablaba de Guernica. Ahora, después de mucho tiempo, sabemos que la llamada ‘desbandá’, de la carretera de Málaga a Almería, fue uno de los episodios más terribles de la Guerra Civil. Estoy seguro de que cuando se acabe la investigación en La Sauceda, estaremos ante uno de los sucesos más sanguinarios de la guerra en Andalucía. Sin duda alguna podríamos calificarlo como un auténtico genocidio”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario